miércoles, 29 de febrero de 2012

Bisiesta

Gonzalo Cienfuegos

Entierro II


"Tan de repente, quién lo hubiera dicho"
"los nervios y el tabaco, yo se lo advertí"
"más o menos, gracias"
"desenvuelve estas flores"
"su hermano también murió del corazón, seguramente es de familia"
"con esa barba jamás lo hubiera reconocido a usted"
"él tiene la culpa, siempre andaba metido en líos"
"he de hablarle pero no lo veo"
"Casimiro está en Varsovia, Tadeo en el extranjero"
"tú sí que eres lista, yo no pensé para nada en el paraguas"
"qué importa que fuera el mejor de ellos"
"es un cuarto de paso, Bárbara no estará de acuerdo"
"es cierto, tenía razón, pero eso no es motivo"
"barnizar la puerta, adivina por cuánto"
"dos yemas, una cucharada de azúcar"
"no era asunto suyo, por qué se metió"
"todos azules y sólo números pequeños"
"cinco veces, y nunca contestó nadie"
"vale, quizá yo haya podido, pero tú también podías"
"menos mal que ella tenía ese empleo"
"no lo sé, tal vez sean parientes"
"el cura, un verdadero Belmondo"
"no había estado nunca en esta parte del cementerio"
"soñé con él hace una semana, fue como un presentimiento"
"mira qué guapa la niña"
"no somos nadie"
"denle a la viuda de mi parte... tengo que llegar a"
"y sin embargo en latín sonaba más solemne"
"se acabó "
"hasta la vista, señora"
"¿qué tal una cerveza?"
"llámame y hablamos"
"con el tranvía cuatro o con el doce"
"yo voy por aquí"
"nosotros por allá"

Wislawa Szymborska
De "Gente en el puente", 1986
(Versión de Abel A. Murcia)

Pintura: Gonzalo Cienfuegos

jueves, 23 de febrero de 2012

Primer amor



PRIMER AMOR


Dicen
que el primero es el más importante.
Eso es muy romántico,
pero no en mi caso.

Algo entre nosotros hubo y no hubo,
sucedió y tuvo su efecto.

No me tiemblan las manos
cuando encuentro pequeños recuerdos
y un fajo de cartas atadas con una cuerda
-si al menos fuera una cinta-.

Nuestro único encuentro tras los años
fue una conversación de dos sillas
junto a una fría mesita.

Otros amores
hasta ahora respiran profundamente en mí.
A éste le falta aliento para suspirar.

Y sin embargo justo así, como es,
puede algo que los otros no pueden todavía:
no recordado,
ni siquiera soñado,
me acostumbra a la muerte.

Wislawa Szymborska

miércoles, 22 de febrero de 2012

En el café de la juventud perdida

Editorial Anagrama, En el café de la juventud perdida

«A mitad del camino de la verdadera vida, nos rodeaba una adusta melancolía, que expresaron tantas palabras burlonas y tristes, en el café de la juventud perdida.»


Con este epígrafe esclarecedor de Guy Debord, se inicia esta pequeña gran novela de Patrick Modiano, En el café de la juventud perdida.

«No hay mejor sistema para que se desvanezcan los fantasmas que mirarles a los ojos.»

Argumento: París, años 60. En el café Condé (“Según iba cayendo el día, se convertía en el punto de cita de eso que un filósofo sentimental llamaba la juventud perdida.”) se reúnen poetas maldi­tos, futuros situacionistas y estudiantes. Y aunque la nostalgia de aquellos años perdidos parecería ser el tema central de la novela, su autor le da un Guy Debord, Michele Berstein y otros situacionistasgiro sor­prendente. Porque En el café de la juventud perdida es también una novela de misterio: todos los personajes y las historias confluyen en la enigmática Louki, una muchacha atractiva y enigmatica que un día aparece en el local, y en poco tiempo se erige en el centro de las miradas e interrogaciones.

«A veces se te oprime el corazón cuando piensas en las cosas que habrían podido ser y que no fueron.»

Modiano recrea alrededor de la fasci­nante y conmovedora figura de Louki, el París de su juventud, al mismo tiempo que construye una hermosísima novela impregnada de lirismo y melancolía, sobre el poder de la memoria y la búsqueda de la identidad.

«Y además, si toda aquella época sigue aún muy viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que se quedaron sin respuesta.»

En esta breve novela que se lee en un suspiro, Modiano apuesta por una estructura poliédrica para componer el cuarteto de cuerda de una época difunta. Cuatro hombres nos cuentan sus encuentros y desencuentros con la mujer. Para casi todos ellos, la chica encarna el inalcanzable Robert Doisneauobjeto del deseo. Louki, como todos sus compañeros de vaga­bundeo por un París espectral, es un personaje sin raíces, que se inventa identidades y lucha por construir un pre­sente perpetuo. Los monólogos reflejan admirablemente tanto la psicología e inquietudes del narrador de turno ( el estudiante, el detective, el escritor frustrado...) como de su objeto de estudio: la muchacha misteriosa que acude al local.

«- Uno intenta crearse vínculos, ya me entiende…

Sí, claro que lo entendía. En esa vida que, a veces, nos parece como una gran solar sin postes indicadores, en medio de todas las líneas de fuga y de los horizontes perdidos, nos gustaría dar con puntos de referencia, hacer algo así como un catastro para no tener ya esa impresión de navegar a la aventura. Y entonces creamos vínculos, intentamos que sean más estables los encuentros azarosos.»

En un alarde sorprendente, Modiano también incluye el monólogo, inesperado y trepidante, de Louki, la observada, y nos alumbra las sombras de una vida que guarda ciertas similitudes con la del propio autor: fractura familiar, desarraigo, huida perpetua… Modiano plantea la indagación sobre una mujer sin importancia, pero que ha dejado huella en quienes la conocieron. Las espléndidas pinceladas sobre París, marca de la casa, mantienen ese claroscuro de las zonas neutras de la gran ciudad, allí donde los destinos se cruzan y donde surgen los amores y los enigmas sin respuesta. (El autor define las zonas neutras como Cosas raras, no mans land, lugares imposibles de definir con precisión, barrios en los que uno no sabe si está o no en París, espacios que no se corresponden con su entorno, zonas fuera de lugar, incoherentes.)

«Siempre he creído que hay lugares que son imanes y te atraen si pasas por las inmediaciones. Y eso de forma imperceptible, sin que te lo malicies siquiera. Basta con una calle en cuesta, con una acera al sol, o con una acera a la sombra. O con un chaparrón. Y te llevan a ese lugar, al punto preciso en el que debías encallar.»

La novela también nos habla sobre el Paris de los sesenta, sobre “la rive gauche”, sobre tantas dudas que había entonces y que todavía no se han resuelto: el amor, el arte, la culpa. Un París fantasmal, gris, como los personajes que transitan por él. Otro París, poco mítico, desconocido, nocturno e inhóspito. Louki desde muy pequeña, va al cine sola, a que le cuenten historias que le muestren que el mundo es diferente y que, por ello, merece la pena vivirlo.

«¿Qué? ¿Encuentra algo que la haga feliz?»

En el café de la juventud perdida asistimos a la extraordinaria ocurrencia generacional de Robert Doisneauun perpetuo descubrimiento sin búsqueda y de una infinita búsqueda sin descubrimientos. Es el espléndido rompecabezas de un espejo roto en mil pedazos -las huellas caducas de vidas desgastadas y memorias heridas-, en donde cada huida hacia delante conlleva alguna forma de regreso y toda resolución del enigma nos acerca a la fascinación sombría del error y el fracaso. Y las ausencias hipnóticas escondidas entre las páginas de esta hermosísima novela dibujan un laberinto cautivador e inquietante, del cual resulta muy difícil poder salir.

«No hay nada que entender… Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella… Porque por eso es por lo que la queremos, ¿verdad, Roland?»

Además de la fascinación por una mujer misteriosa, la novela aborda la falta de vocación, la desazón existencial, la necesidad de ser amado y el pánico a la soledad. Sus personajes nos resultan tan cercanos que a todos deseamos abrazarlos. Porque la tristeza habita en el paraíso. Porque las mujeres fascinantes esconden grandes maletas de dolor, a veces de un modo inexplicable. Porque como demostraba Otto Preminger en Laura, la fascinación puede ser gratuita. Y compleja. No hay azar. Hay determinismo. Y no hay nada más dramático que conocer el propio destino o aceptarlo en un París gris, triste y lluvioso, sin bohemia, sin torre Eiffel y sin foto de Doisneau.

«Ya está. Déjate ir.»
Robert Doisneau
Fotografías 3, 4 y 5: Robert Doisneau

Fuentes:
Revista Clarín
Al calor de los libros
Anchoas y Tigretones

miércoles, 15 de febrero de 2012

Degenerado

Otto Dix

El pintor alemán Otto Dix ((1891-1969), vivió los principales acontecimientos que marcaron el siglo XX: la República de Weimar, el nacionalsocialismo y las dos guerras mundiales, el horror de las cuales marcó profundamente la obra de este artista a quienes los nazis tildaron de degenerado, y no por sus retratos de prostitutas, sino por sus pinturas sobre la guerra.

«(…) Cuando estabas en primerísima línea, el miedo desaparecía. En fin, todo esto son acontecimientos que yo necesitaba vivir a toda costa. También tenía que vivir cómo de repente uno cae a mi lado y... se acabó: la bala le ha acertado de lleno. Todo esto tenía que vivirlo con suma exactitud. Lo deseaba. Así que no soy un pacifista. O quizá fui una persona curiosa. Necesitaba presenciarlo todo con mis propios ojos. Y es que soy unrealista, sabe usted, que necesita verlo todo con sus propios ojos para constatar que es así... De modo que soy un realista. Tengo que verlo todo. Tengo que presenciar en persona todos los abismos insondables de la vida. Por eso voy a la guerra.»

Otto Dix

«... Pero, hombre, ¿por qué pintas eso? Nadie quiere colgarlo. Nadie quiere verlo. Sí, qué sentido tiene en realidad todo eso. Pero tu vas y lo pintas. Las malditas putas y las malditas Otto Dix, Marsella (marinero y chica), 1922beldades ajadas y todas esas tristezas de la vida. Quién diablos va a disfrutar con eso. A nadie le gusta. No hay galería que quiera exhibirlo. Para qué lo pintas... Bueno, tengo que decirlo: Prefiero seguir a mi voz interior, que me lleva a alguna parte sin que me diga qué sentido tiene (...) Sí, desde luego que no lo pinto para ésos. Ni para ésos ni para aquéllos. Lo siento. Y es que soy un proletario de pro, no es verdad, que digo: “¡Eso lo hago! Y podéis decir lo que se os antoje.” Para qué es bueno eso, ni yo mismo lo sé. Pero lo hago.»

«Porque en el cuadro lo importante no son los objetos, sino la manifestación personal del artista sobre los objetos. Es decir, no el qué, sino el cómo. La discusión Otto Dixno ruidosa, sino callada. Lo primero que el artista exige al observador es discreción, pues lo explicable en la obra de arte es escaso, su esencia no es explicable, sino únicamente contemplable.»

«No, los artistas no deben mejorar ni hacer apostolado. Son demasiado escasos. Sólo tienen que dar testimonio. La gracia está fuera del poder de disposición humano, pero lo que importa es la gracia.»

«Todo buen retrato se basa en la contemplación. La esencia de cada persona se manifiesta en su apariencia; el exterior es la expresión del interior, es decir, exterior e interior son idénticos. Esto llega al punto de que hasta los pliegues de sus ropas, la postura de una persona, sus manos, sus orejas informan en el acto al pintor sobre el espíritu de su modelo; éstas últimas a menudo más que los ojos y la boca.»Otto Dix

«La gente se imagina siempre que el retratista es un gran psicólogo y fisiognomista, capaz de leer en el acto en cada rostro las virtudes y vicios más ocultos para luego trasladarlos al cuadro. Esto es pura literatura pues el pintor no valora, mira. Mi lema es: “Confía en tus ojos.”»

Fuente: Fundación Juan March

lunes, 13 de febrero de 2012

Poemas del Milenio XXXIV



LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO

Gabriel Celaya (1910-1991)

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

(de Cantos íberos, 1955)

Fotografía: El blog de Sergio Cortés

jueves, 9 de febrero de 2012

El invierno de la desesperación

Gustave Doré, London

A los 200 años del nacimiento de Charles Dickens, nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo: la condición de vida de los trabajadores, la usura, el desequilibrio entre ricos y pobres...

Algunas personas mueren y otras sólo desaparecen. El novelista Charles Dickens, por ejemplo, dejó este mundo en 1870 pero sigue estando aquí. Y no sólo porque obras suyas como David Copperfield, Cuento de navidad, Oliver Twist o Historia de dos ciudades, entre otras muchas, sean clásicos imprescindibles en cualquier biblioteca que intente ser tomada en serio, sino también porque la mayoría de sus temas característicos, como la lucha de clases, la explotación infantil o la ineficacia de la Justicia, siguen de actualidad y porque sus personajes continúan entre nosotros, con nombres diferentes pero con los mismos problemas.

¿O es que no podrían estar dentro de Oliver Twist, junto a los niños callejeros que la protagonizan, esos otros niños reales que hoy son abandonados en las calles de Grecia por sus Gustave Doré, Londonfamilias, con la esperanza de que alguien los alimente? ¿No nos recuerdan los convictos de La pequeña Dorrit, presos en la cárcel de Marshalsea, a orillas del río Támesis, por no poder pagar sus deudas, a los desahuciados que aquí y ahora, en la España del siglo XXI, arrojan a la miseria los bancos cuando ya no pueden pagar la hipoteca salvaje que tenían con ellos? ¿No nos hacen pensar muchos de los métodos y teorías del neoliberalismo a los del usurero Scrooge en Cuento de navidad o a los del avaro Uriah Heep en David Copperfield?

Dickens fue uno de los abanderados del realismo, junto a Balzac, Tolstoi, Stendhal o Benito Pérez Galdós, y un escritor social que denuncia en sus libros las desigualdades que se producían en la Inglaterra victoriana y especialmente el modo en que se explotaba a los trabajadores para conseguir la industrialización del país. Su contemporáneo Carlos Marx dijo de él que “en sus libros se proclamaban más verdades que en todos los discursos de los políticos y los moralistas de su época juntos”. Y sin ninguna duda, el autor de Grandes esperanzas es la mejor prueba de que Balzac estaba en lo cierto cuando dijo que las buenas novelas son la historia privada de los países. Hoy se cumplen 200 años de su nacimiento y nuestro mundo, por desgracia, se parece en demasiadas cosas al suyo. Para comprenderlo, no hay más que leer el principio de Historia de dos ciudades:

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.

En Tiempos difíciles, Dickens critica ácidamente las lamentables condiciones de vida de los obreros ingleses y la desproporcionada distancia que había entre su existencia y la de los ricos del país. Hoy, en plena crisis, con la Bolsa en números rojos, los impuestos por las nubes y los sueldos Gustave Doré, Londonpor los suelos; con los gobiernos de Europa intentando llenar con dinero público el pozo sin fondo del sistema financiero y las cifras del paro creciendo en nuestro país hasta el borde del abismo, es muy posible que el lector se asombre al ver cómo esa novela publicada en 1854 describe la actualidad. ¿O acaso el desequilibrio entre las miserables casas de los proletarios que dibuja Dickens, frías, oscuras y casi sin muebles, y las lujosas mansiones de los capitalistas, que consideran a sus empleados simples bestias de carga, no es comparable al que hay entre los salarios de los mileuristas y los sueldos astronómicos que se ponen a sí mismos los directivos de los bancos, hoy en día? La única diferencia entre aquellos privilegiados y éstos es que entonces se llamaban utilitaristas y hoy se llaman neoliberales, y que unos citaban a Stuart Mill y otros a Milton Friedman, pero nada más.

Cuando Dickens retrata en Los papeles póstumos del club Pickwick, David Copperfield o La pequeña Dorrit a unos seres sin escapatoria y de la familia de los pícaros españoles, el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o El buscón, sabía de qué hablaba, porque él mismo había sufrido en su infancia los latigazos de la miseria, cuando su padre estuvo tres meses encerrado en la prisión de Marshalsea, por una deuda con un panadero que hoy equivaldría a 3,50 euros y que hizo que él fuese enviado a trabajar en una infernal fábrica de betún. Su batalla contra la injusticia ya anticipaba el fracaso de un sistema que se basara en la explotación, aunque sus advertencias a los poderosos fuesen voces en el desierto:

“¡Oh, economistas utilitarios -escribe-, comisarios de realidades, elegantes incrédulos… si seguís llenando de pobres vuestra sociedad y no cultiváis en ellos la esperanza, cuando hayáis conseguido arrancar de sus almas todo idealismo y ellos se encuentren a solas con su vida desnuda, la realidad se convertirá en un Gustave Doré, Londonlobo y os devorará”.

Se equivocó, y no hace falta más que volver una vez más los ojos hacia la Grecia de hoy, verá que los dos extremos siguen en su sitio: las televisiones hablan de niños que a media mañana se desmayan en los colegios a causa del hambre y los diarios dicen que mientras el país solicitaba un rescate de la Unión Europea, sus potentados se llevaban a Suiza más de 200.000 millones de euros. En el fondo, y como demuestran de forma brutal las colas ante las oficinas del INEM y en los comedores de beneficencia de nuestras ciudades, las novelas de Charles Dickens son una constatación de hasta qué punto el capitalismo ha fracasado en su búsqueda del famoso Estado del bienestar.

Otra de las obsesiones de Dickens es la lentitud, ineptitud y en ocasiones impureza del sistema judicial, que tiene su mejor expresión en Casa desolada, donde se refleja la mezcla de incompetencia y prepotencia de una Corte de la Cancillería que a algunos les podrá hacer pensar en ciertos magistrados y causas de nuestra Audiencia Nacional y nuestro Tribunal Supremo. O en Oliver Twist, donde se puede ver la forma en que la Ley es cuidadosa con los fuertes y abusiva con los débiles por el modo en que el juez Fang insulta y castiga con desproporción a su desventurado protagonista. O, una vez más, en Tiempos difíciles, donde el escritor se burla de la incompetencia del sistema y de su invento más perverso, la burocracia, un laberinto sin salida simbolizado en un supuesto Departamento del Circunloquio cuya función es “hacer lo que sea necesario para que no se pueda hacer nada”. En un país como España, donde sólo el 27% de los ciudadanos opina que los medios que el Estado destina para garantizar la defensa jurídica son suficientes y la gran mayoría piensa que funciona mal, está anticuada y es ininteligible, los libros de Dickens siguen contando la verdad: nuestro mundo no ha sabido mantenerse a flote porque no ha sabido ser ni solidario, ni ecuánime, ni flexible, y al final se ha quedado sin respuestas.

En junio de 1865, Dickens viajaba en un tren que sufrió un accidente terrible cuando cruzaba un puente en obras. Los siete vagones que precedían al suyo, se despeñaron por un precipicio, y él pasó horas atendiendo a los heridos hasta que llegaron las ambulancias y pudo ocuparse de regresar a su asiento y recuperar el Charles Dickensmanuscrito, aún sin acabar, de su penúltima novela, Nuestro común amigo. No hay que tener una gran imaginación para ver en esa escena una metáfora de esta Europa que hoy descarrila poco a poco, primero Grecia, luego Irlanda, después Portugal… Tal vez el derrumbe se detenga a tiempo, y los que nos conducen a la catástrofe recuperen el sentido común igual que lo hizo el tacaño señor Scrooge en Un cuento de navidad, que al ver el negro porvenir que le anunciaban los espíritus del Pasado, el Presente y el Futuro, donde podía verse una tumba con su nombre y sin ninguna flor encima, supo cambiar a tiempo y convertirse en un hombre generoso. Es una parábola que, hoy más que nunca, merece la pena no olvidar.

Benjamín Prado
Fuente: elpais

Grabados: Gustavé Dore, London: A Pilgrimage

martes, 7 de febrero de 2012

Pero queda la música



ADOLESCENTE

¿Yo, adolescente?
Si de repente, aquí, ahora, se plantara ante mí,
¿tendría que saludarla como a una persona próxima,
a pesar de que es para mí extraña y lejana?

¿Soltar una lágrima, besarla en la frente
por el mero hecho
de que tenemos la misma fecha de nacimiento?

Hay tantas diferencias entre nosotros
que probablemene sólo los huesos son los mismos,
la bóveda del cráneo, las cuencas de los ojos.

Porque ya sus ojos son como un poco más grandes,
sus pestañas más largas, su estatua mayor
y todo el cuerpo recubierto de una piel
ceñida y tersa, sin defectos.

Nos unen, es cierto, familiares y conocidos
pero casi todos están vivos en su mundo,
y en el mío prácticamente nadie
de ese círculo común.

Somos tan diferentes,
pensamos y decimos cosas tan distintas.
Ella sabe poco,
pero con una obstinación digna de mejores causas.



Wislawa Szymborska

Música: Luis Eduardo Aute, Queda la música

1923-2012



«El arte es una fuente de conocimiento, como la ciencia, la filosofía. Si las formas no son capaces de herir a la sociedad que las recibe, de irritarla, de inclinarla a la meditación, si no son un revulsivo, no son una obra de arte».

Antoni Tàpies (1923-2012)


«Y una cosa más, lo digo de corazón: soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, Wislawa Szymborskaorganiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inaguantable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad. Puede permitirse no sólo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre –y ningún otro pasatiempo puede ofrecerle esto– de escuchar de qué habla Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante».

Wislawa Szymborska (1923-2012)


lunes, 6 de febrero de 2012

Cienfuegos

Gonzalo Cienfuegos, Odalisca Moderna

¡Gracias! al comentario de un visitante, he descubierto la obra del pintor chileno Gonzalo Cienfuegos, un autor que declara que "me gusta lo popular, seducir al público con mi pintura".

Para Gonzalo Cienfuegos los lugares comunes no son un problema. Como profesor, lleva 35 años dando clases de pintura y, como pintor, ha pasado casi el mismo tiempo obsesionado con un mismo tema: la cita pictórica. La idea surgió a mediados de los 70, compartiendo taller con un amigo. Como si fuese un ejercicio de escuela o, quizás, un juego entre amigos, ambos iniciaron cuadros a partir de obras iconos en la Historia del Arte: inspirándose primero en Ingres, fue el inicio de una carrera apegada a los grandes maestros de la pintura.

Gonzalo Cienfuegos, Las Meninas

En 1979, Cienfuegos inauguraba A las Meninas de Velázquez, una muestra que catapultó su fama, donde aludía al cuadro más famoso del pintor español. Nunca abandonó el referente y cada cierto tiempo vuelve a plasmar en la tela a la Infanta Margarita de Austria o al rey Felipe IV de Gonzalo Cienfuegos, El CiclistaEspaña.

En sus obras, siempre figurativas y narrativas, Gonzalo Cienfuegos ofrece una visión, no exenta de humor, que profundiza en la psiquis del hombre y manifiesta sus más íntimas angustias, su temblor, su asombro o su miseria, poniendo de manifiesto aquello que de grotesco e incongruente existe en la sociedad contemporánea.

La visión de Gonzalo Cienfuegos nos recuerda a la del niño travieso, cuya perversión consiste en ir transgrediendo las reglas con picardía, para dejarnos ver, simplemente, el otro lado de las cosas.

Web del autor: Gonzalo Cienfuegos

Fuentes: Latin Art Museum, Galería de Arte Lucía de la Puente, La Tercera

viernes, 3 de febrero de 2012

Poemas del Milenio XXXIII



NOCHE

Vicente Huidobro (1893-1948)

Sobre la nieve se oye resbalar la noche
La canción caía de los árboles
Y tras la niebla daban voces

De una mirada encendí mi cigarro

Cada vez que abro los labios
Inundo de nubes el vacío

En el puerto
Los mástiles están llenos de nidos
Y el viento
gime entre las alas de los pájaros

LAS OLAS MECEN EL NAVÍO MUERTO

Yo en la orilla silbando
Miro la estrella que humea entre mis dedos

(de Ecuatorial, 1918)

jueves, 2 de febrero de 2012

Walden



“Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido”.


Henry David Thoreau (1817-1862) , fue un escritor, poeta y filósofo anarquista estadounidense, de tendencia trascendentalista y origen puritano, autor de Walden y La desobediencia civil. Se le considera un pionero de la ecología y de la ética ambientalista, y es también el conceptualizador de las prácticas de desobediencia civil.

Casi todas las personas viven la vida en una silenciosa desesperación.

Walden

Vida ciudadana: millones de seres viviendo juntos en soledad”.

Durante dos años, dos meses y dos días, se trasladó a vivir en la cabaña que él mismo había construido, en busca de una independencia intelectual, para ganarse la vida con la honradez de su trabajo.

“El objetivo principal de nuestro sistema industrial no es que la humanidad esté bien y honestamente vestida, sino indudablemente, que las corporaciones se enriquezcan (…). Hay mayor preocupación por vestir ropa de temporada, al menos limpia y sin remendar, que por tener la conciencia tranquila”.


Walden, la vida en los bosques es el relato de los dos años, dos meses y dos días que vivió en el bosque, con un proyecto de vida solitaria, al aire libre, cultivando sus alimentos y escribiendo sus vivencias, para demostrar, por una parte, que la vida en la naturaleza es la Réplica de la cabaña que construyó Thoreauverdadera vida del hombre libre que ansíe liberarse de las esclavitudes de la sociedad industrial y, por otro, que la comprensión de los recursos de la naturaleza, sus reglas, sus recompensas, son un camino que el hombre no debe olvidar.

“Gastar la mejor parte de la vida en ganar dinero para disfrutar de una dudosa libertad durante la parte menos valiosa parece un sinsentido.

En 1846, Thoreau se negó a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. De este hecho nace su tratado La desobediencia civil, pionero al proponer algunas ideas como el pacifismo y la no violencia. En este texto se declara uno de los conceptos principales de su ideología: la idea de que el gobierno no debe tener más poder que el que los ciudadanos estén dispuestos a concederle, llegando a tal punto que propone la abolición de todo gobierno.

Creo de todo corazón en el lema “El mejor gobierno es el que menos gobierna”, y me gustaría verlo hacerse efectivo más rápida y sistemáticamente. Llevado a cabo, finalmente resulta en algo en lo que también creo: “El mejor gobierno es el que no tiene que gobernar en absoluto”. Y cuando los pueblos estén preparados para ello, ése será el tipo de gobierno que tengan”.

Han pasado más de cien años...

Fuentes: elpaís.com, Me iré tras una nube..., Wikipedia