jueves, 31 de marzo de 2011

Oración

Michael Hiep

«Amada Bastet, Señora del Este, alma de Isis, ojo de Ra, amante de la felicidad y la abundancia, gemela del dios del sol, acaba con el mal que aflige a nuestra mente igual que aniquilaste a Apofis, la serpiente. Con tu elegante sigilo te anticipas a los movimientos de todos los que cometen atrocidades y ponen sus manos sobre los hijos de la luz. Concédenos la alegría del canto y la danza, y siempre vela por nosotros en los lugares solitarios por los que debemos caminar... Te suplico, por el poder de tu amor, le concedas a mi pequeña Cati el descanso eterno en el regazo de tu glorioso reino, con el dulce clamor de estar junto a ti.»

Dibujo: Michael Hiep

martes, 29 de marzo de 2011

Adiós mi niña

Adiós dolenta, ni niña bonita, mi Cati... te querré siempre

Cati
(Marzo 1997-29 de Marzo 2011)
Adiós pequeña, te voy a echar mucho de menos, mi niña bonita...

lunes, 28 de marzo de 2011

La gata sobre el tejado

viernes, 25 de marzo de 2011

La historia de un sufrido hijo de puta

Bukowski y el sufrido hijo de puta

Una noche llegó piel y huesos a mi puerta, mojado, apaleado, temeroso
era un gato blanco bizco sin cola,
lo dejé entrar, lo alimenté,
fue uno más en la casa,
desarrolló hacia mí cierta cariñosa confianza,
hasta que un buen día un conocido estacionándose en mi cochera pasó con su auto por encima del gato blanco bizco sin cola,
de inmediato llevé lo que quedaba de él a un veterinario, que dijo:"no hay mucho por hacer, dale estas pastillas… su espinazo está aplastado, pero fue aplastado anteriormente y de algún modo logró sanar, si sobrevive no volverá a caminar, mira estas radiografías, le metieron un escopetazo, mira estos puntos oscuros son perdigones enquistados… además, alguna vez tuvo una cola y alguien se la cortó”…
me llevé el gato a casa,
era un verano caliente,
uno de los más calientes en décadas,
puse al gato en el piso del baño,
le serví agua,
sus pastillas,
no deseaba comer ni beber agua,
yo sumergía mi dedo en el agua, le humedecía la boca, el hocico y le hablaba,
ese verano no fui a ningún lado,
pasé muchos días de ese verano en el baño hablándole,
acariciándolo suavemente,
él me miraba con esos ojos que se le entrecruzaban,
mientras tanto pasaban los días,
una tarde realizó su primer movimiento arrastrándose con sus patas delanteras
(las traseras no querían moverse)
llegó hasta el rincón donde yo había preparado su cama,
se arrastró un poco más y se dejo caer en ella,
fue para mí como el sonido de un clarín presagiando la victoria posible,
aturdiendo el baño,
desparramándose por la ciudad,
yo le conté entonces a ese gato -que lo había pasado mal también, no tan mal, pero bastante mal…
una mañana se irguió,
se paró sobre sus patas cayendo luego de espaldas,
me observaba mansamente.
"Lo puedes hacer" le dije.
Él insistió,
se levantaba y volvía a caer,
una y otra vez,
finalmente caminó unos pocos pasos,
era la viva imagen de un borracho,
sus patas se negaban a obedecerle,
cayó nuevamente,
descansó y nuevamente se levantó.
Ustedes conocen el resto de la historia: está mejor que nunca, bizco casi sin dientes, pero ha recuperado su gracia, y esa mirada de sus ojos, pícara, no lo ha abandonado…
Algunas veces me hacen entrevistas,
ellos desean saber de mi vida, de mi literatura,
yo me emborracho,
alzo en brazos a mi gato bizco,
herido de bala,
atropellado dos veces,
sin cola
y digo: "¡¡¡miren, miren esto!!!"
Ellos no entienden nada, insisto, nada de nada,
Preguntan algo por el estilo de: "¿reconoce usted influencias de Celine?"
"No" Levanto mi gato, "por lo que sucede, por cosas como esta, ¡¡¡como esta!!!"
Sacudo a mi gato, lo llevo hacia la luz brumosa por el humo y el alcohol,
está relajado, él sabe…Bukowski por Robert Crumb

Este es el momento en que la entrevista finaliza, a veces me siento orgulloso cuando miro las fotografías, ahí estoy yo, ahí está mi gato, hemos sido retratados juntos él también comprende que son idioteces, pero que de alguna manera te ayudan.

Charles Bukowski

Ilustración: Robert Crumb


miércoles, 23 de marzo de 2011

El chansonnier

Georges Brassens

Georges Brassens
vivió 60 años (1921-1981), período en el cual amasó un legado poético-musical de altos vuelos. Una de las páginas más notables de la canción universal en el más amplio sentido del término, y de la canción de autor en sentido más estricto.

Procedente de una humilde familia obrera, en el colegio leyó a poetas como François Villon y Paul Verlaine y comenzó a escribir sus propios versos. Cuando en 1938 escuchó a Charles Trenet, decidió que sería como él o no sería nadie. Se trasladó a París en 1939, tras realizar estudios elementales, y trabajó en la factoría Renault. De ideología libertaria, militó en la resistencia francesa durante la ocupación alemana de París y colaboró con la publicación clandestina Libertaires, donde en 1942 publicó su primer libro de poemas.



En 1952 debutó como cantante y actuó en varios cabarets. Aunque en principio sus canciones escandalizaron por su contenido, pronto ganó el reconocimiento y la comprensión del público. En 1967 ganó el Grand Prix de poesía, pero Brassens nunca se consideró a sí mismo como un poeta, a pesar de la calidad literaria de sus canciones, y se autodenominó un chansonnier (letrista y compositor de canciones).

Por sus ideas anarquistas huyó de la popularidad y no se mezcló con la burguesía francesa. Permaneció junto a los amigos que conoció en sus primeros tiempos e hizo alguno más, como el actor Lino Ventura, a quien ayudó a fundar una organización de ayuda a niños discapacitados. También apoyó a los nuevos talentos, como por ejemplo, a Jacques Brel.



Sencillas y elegantes sus melodías, contrastan con unos textos llenos de ironía, de alto contenido político y crítica social. Admirado por el resto de los autores e intérpretes europeos interesados por encontrar en la música un medio de comunicación de ideas, sus temas han sido objeto de versiones en múltiples ocasiones; en España ha sido versioneado por Paco Ibáñez, Javier Krahe y Loquillo, entre otros, y -a su modo-, Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat o Joaquín Sabina mantienen claras influencias de Brassens en algunas de sus composiciones.

Georges Brassens fue un gran tipo y uno de los máximos representantes de la ‘chanson’, un movimiento a caballo entre la canción romántica tradicional y el concepto de cantautor tal y como se gestó en el último tercio del siglo pasado. Junto a Jacques Brel y Georges Moustaki, fue uno de los protagonistas de la época dorada de la canción francesa.



Fuentes:
Mangas Verdes
Georges Brassens en español

martes, 22 de marzo de 2011

Club de fans

A continuación, algunos de los más queridos miembros de nuestro club de fans: Georges Brassens, Joan Baez, Bob Dylan, Nina Simone, David Crosby, Keith Moon, David Bowie, Carole King, Michael Jackson, Freddy Mercury, Joan Jett, Morrissey, Joey Ramone, Marilyn Manson.

Georges BrassensJoan Baez

Bob DylanNina Simone

David CrosbyKeith Moon

David BowieCarole King

Michael JacksonFreddy Mercury

Joan JettJoey Ramone

MorrisseyMarilyn Manson

lunes, 21 de marzo de 2011

La tercera expedición



La nave vino del espacio. Vino de las estrellas, y las velocidades negras, y los movimientos brillantes, y los silenciosos abismos del espacio. Era una nave nueva, con fuego en las entrañas y hombres en las celdas de metal, y se movía en un silencio limpio, vehemente y cálido. Llevaba diecisiete hombres, incluyendo un capitán. En la pista de Ohio la muchedumbre había gritado agitando las manos a la luz del sol, y el cohete había florecido en ardientes capullos de color y había escapado alejándose en el espacio ¡en el tercer viaje a Marte!

Ahora estaba desacelerando con una eficiencia metálica en las atmósferas superiores de Marte. Era todavía hermoso y fuerte. Había avanzado como un pálido leviatán marino por las aguas de medianoche del espacio; había dejado atrás la luna antigua y se había precipitado al interior de una nada que seguía a otra nada. Los hombres de la tripulación se habían golpeado, enfermado y curado, alternadamente. Uno había muerto, pero los dieciséis sobrevivientes, con los ojos claros y las caras apretadas contra las ventanas de gruesos vidrios, observaban ahora cómo Marte oscilaba subiendo debajo de ellos.
-¡Marte!- exclamó el navegante Lustig.
-¡El viejo y simpático Marte!- dijo Samuel Hinkston, arqueólogo.
-Bien- dijo el capitán John Black.

El cohete se posó en un prado verde. Afuera, en el prado, había un ciervo de hierro. Más allá, se alzaba una alta casa victoriana, silenciosa a la luz del sol, toda cubierta de volutas y molduras rococó, con ventanas de vidrios coloreados: azules y rosas y verdes y amarillos. En el porche crecían unos geranios, y una vieja hamaca colgaba del techo y se balanceaba, hacia atrás, hacia delante, hacia atrás, hacia delante, mecida por la brisa. La casa estaba coronada por una cúpula, con ventanas de vidrios rectangulares y un techo de caperuza. Por la ventana se podía ver una pieza de música titulada Hermoso Ohio, en un atril.

Alrededor del cohete y en las cuatro direcciones se extendía el pueblo, verde y tranquilo bajo el cielo primaveral de Marte. Había casas blancas y de ladrillos rojos, y álamos altos que se movían en el viento, y arces y castaños, todos altos. En el campanario de la iglesia dormían unas campanas doradas.

Los hombres del cohete miraron fuera y vieron todo esto. Luego se miraron unos a otros y miraron otra vez fuera, pálidos, tomándose de los codos, como si no pudieran respirar.
-Demonios -dijo Lustig en voz baja, frotándose torpemente los ojos-. Demonios.
-No puede ser -dijo Samuel Hinkston.
Se oyó la voz del químico.
-Atmósfera enrarecida, señor, pero segura. Hay suficiente oxígeno.
-Entonces saldremos -dijo Lustig.
-Esperen -replicó el capitán John Black-. ¿Qué es esto en realidad?
-Es un pueblo, con aire enrarecido, pero respirable, señor.
-Y es un pueblo idéntico a los pueblos de la Tierra -dijo Hinkston el arqueólogo-. Increíble. No puede ser, pero es.
El capitán John Black lo miró inexpresivamente.
-¿Cree usted posible que las civilizaciones de dos planetas marchen y evolucionen de la misma manera, Hinkston?
-Nunca lo hubiera pensado, capitán.

El capitán se acercó a la ventana.
-Miren. Geranios. Una planta de cultivo. Esa variedad específica se conoce en la Tierra sólo desde hace cincuenta años. Piensen cómo evolucionan las plantas, durante miles de años. Y luego díganme si es lógico que los marcianos tengan: primero, ventanas con vidrios emplomados; segundo, cúpulas; tercero, columpios en los Porches; cuarto, un instrumento que parece un piano y que probablemente es un piano; y quinto, si miran ustedes detenidamente por la lente telescópica, ¿es lógico que un compositor marciano haya compuesto una pieza de música titulada, aunque parezca mentira, Hermoso Ohio? ¡Esto querría decir que hay un río Ohio en Marte!

-¡El capitán Williams, por supuesto! -exclamó Hinkston.
-¿Qué?
-El capitán Williams y su tripulación de tres hombres. O Nathaniel York y su compañero. ¡Eso lo explicaría todo!
-Eso no explicaría nada. Según parece, el cohete de York estalló el día que llegó a Marte, y York y su compañero murieron. En cuanto a Williams y sus tres hombres, el cohete fue destruido al día siguiente de haber llegado. Al menos las pulsaciones de los transmisores cesaron entonces. Si hubieran sobrevivido, se habrían comunicado con nosotros. De todos modos, desde la expedición de York sólo ha pasado un año, y el capitán Williams y sus hombres llegaron aquí en el mes de agosto. Suponiendo que estén vivos, ¿hubieran podido construir un pueblo como éste y envejecerlo en tan poco tiempo, aun con la ayuda de una brillante raza marciana? Miren el pueblo; está ahí desde hace por lo menos setenta años. Miren la madera de ese porche; miren esos árboles, ¡todos centenarios! No, esto no es obra de York o Williams. Es otra cosa, y no me gusta. Y no saldré de la nave antes de aclararlo.

-Además -dijo Lustig-, Williams y sus hombres, y también York, descendieron en el lado opuesto de Marte. Nosotros hemos tenido la precaución de descender en este lado.
-Excelente argumento. Como es posible que una tribu marciana hostil haya matado a York y a Williams, nos ordenaron que descendiéramos en una región alejada, para evitar otro desastre. Estamos por lo tanto, o así parece, en un lugar que Williams y York no conocieron.
-Maldita sea -dijo Hinkston-. Yo quiero ir al pueblo, capitán, con el permiso de usted. Es posible que en todos los planetas de nuestro sistema solar haya pautas similares de ideas, diagramas de civilización. ¡Quizás estemos en el umbral del descubrimiento psicológico y metafísico más importante de nuestra época!

-Yo quisiera esperar un rato -dijo el capitán John Black.
-Es posible, señor, que estemos en presencia de un fenómeno que demuestra por primera vez, y plenamente, la existencia de Dios, señor.
-Muchos buenos creyentes no han necesitado esa prueba, señor Hinkston.
-Yo soy uno de ellos, capitán. Pero es evidente que un pueblo como éste no puede existir sin intervención divina. ¡Esos detalles! No sé si reír o llorar.
-No haga ni una cosa ni otra, por lo menos hasta saber con qué nos enfrentamos.
-¿Con qué nos enfrentamos? -dijo Lustig-. Con nada, capitán. Es un pueblo agradable, verde y tranquilo, un poco anticuado como el pueblo donde nací. Me gusta el aspecto que tiene.

-¿Cuándo nació usted, Lustig?
-En mil novecientos cincuenta.
-¿Y usted, Hinkston?
-En mil novecientos cincuenta y cinco. En Grinnell, Iowa. Y este pueblo se parece al mío.
-Hinkston, Lustig, yo podría ser el padre de cualquiera de ustedes. Tengo ochenta años cumplidos. Nací en mil novecientos veinte, en Illinois, y con la ayuda de Dios y de la ciencia, que en los últimos cincuenta años ha logrado rejuvenecer a los viejos, aquí estoy, en Marte, no más cansado que los demás, pero infinitamente más receloso. Este pueblo, quizá pacífico y acogedor, se parece tanto a Green Bluff, Illinois, que me espanta. Se parece demasiado a Green Bluff. -Y volviéndose hacia el radiotelegrafista, añadió-: Comuníquese con la Tierra. Dígales que hemos llegado. Nada más. Dígales que mañana enviaremos un informe completo.
-Bien, capitán.

El capitán acercó al ojo de buey una cara que tenía que haber sido la de un octogenario, pero que parecía la de un hombre de unos cuarenta años.
-Le diré lo que vamos a hacer, Lustig. Usted, Hinkston y yo daremos una vuelta por el pueblo. Los demás se quedan a bordo. Si Ocurre algo, se irán en seguida. Es mejor perder tres hombres que toda una nave. Si ocurre algo malo, nuestra tripulación puede avisar al próximo cohete. Creo que será el del capitán Wilder, que saldrá en la próxima Navidad. Si en Marte hay algo hostil queremos que el próximo cohete venga bien armado.
-También lo estamos nosotros. Disponemos de un verdadero arsenal.
-Entonces, dígale a los hombres que se queden al pie del cañón. Vamos, Lustig, Hinkston.
Los tres hombres salieron juntos por las rampas de la nave.

Era un hermoso día de primavera. Un petirrojo posado en un manzano en flor cantaba continuamente. Cuando el viento rozaba las ramas verdes, caía una lluvia de pétalos de nieve, y el aroma de los capullos flotaba en el aire. En alguna parte del pueblo alguien tocaba el piano, y la música iba y venía e iba, dulcemente, lánguidamente. La canción era hermosa, soñadora. En alguna otra parte, en un gramófono, chirriante y apagado, siseaba un disco de Vagando al anochecer, cantado por Harry Lauder. Los tres hombres estaban fuera del cohete. Jadearon aspirando el aire enrarecido, y luego echaron a andar, lentamente, como para no fatigarse.

Ahora el disco del gramófono cantaba:
Oh, dame una noche de junio,
la luz de la luna y tú.
Lustig se echó a temblar. Samuel Hinkston hizo lo mismo.
El cielo estaba sereno y tranquilo, y en alguna parte corría un arroyo, a la sombra de un barranco con árboles. En alguna parte trotó un caballo, y traqueteó una carreta.

-Señor -dijo Samuel Hinkston-, tiene que ser, no puede ser de otro modo, ¡los viajes a Marte empezaron antes de la Primera Guerra Mundial!
-No.
- ¿De qué otro modo puede usted explicar esas casas, el ciervo de hierro, los pianos, la música?- Y Hinkston tomó persuasivamente de un codo al capitán y lo miró a los ojos-. Si usted admite que en mil novecientos cinco había gente que odiaba la guerra, y que uniéndose en secreto con algunos hombres de ciencia construyeron un cohete y vinieron a Marte...
-No, no, Hinkston.
-¿Por qué no? El mundo era muy distinto en mil novecientos cinco. Era fácil guardar un secreto.
-Pero algo tan complicado como un cohete no, no se puede ocultar.
- Y vinieron a vivir aquí, y naturalmente, las casas que construyeron fueron similares a las casas de la Tierra, pues junto con ellos trajeron la civilización terrestre.
-¿Y han vivido aquí todos estos años?- preguntó el capitán.
-En paz y tranquilidad, sí. Quizás hicieron unos pocos viajes, bastantes como para traer aquí a la gente de un pueblo pequeño, y luego no volvieron a viajar, pues no querían que los descubrieran. Por eso este pueblo parece tan anticuado. No veo aquí nada posterior a mil novecientos veintisiete, ¿no es cierto?- Es posible, también, que los viajes en cohete sean aún más antiguos de lo que pensamos. Quizá comenzaron hace siglos en alguna parte del mundo, y las pocas personas que vinieron a Marte y viajaron de vez en cuando a la Tierra supieron guardar el secreto.
-Tal como usted lo dice, parece razonable.
-Lo es. Tenemos la prueba ante nosotros; sólo nos falta encontrar a alguien y verificarlo.

La hierba verde y espesa apagaba el sonido de las botas. En el aire había un olor a césped recién cortado. A pesar de sí mismo, el capitán John Black se sintió inundado por una gran paz. Durante los últimos treinta años no había estado nunca en un pueblo pequeño, y el zumbido de las abejas primaverales lo acunaba y tranquilizaba, y el aspecto fresco de las cosas era como un bálsamo para él.

Los tres hombres entraron en el porche y fueron hacia la puerta de tela de alambre. Los pasos resonaron en las tablas del piso. En el interior de la casa se veía una araña de cristal, una cortina de abalorios que colgaba a la entrada del vestíbulo, y en una pared, sobre un cómodo sillón Morris, un cuadro de Maxfield Parrish. La casa olía a desván, a vieja, e infinitamente cómoda. Se alcanzaba a oír el tintineo de unos trozos de hielo en una jarra de limonada. Hacía mucho calor, y en la cocina distante alguien preparaba un almuerzo frío. Alguien tarareaba entre dientes, con una voz dulce y aguda.

El capitán John Black hizo sonar la campanilla.
Unas pisadas leves y rápidas se acercaron por el vestíbulo, y una señora de unos cuarenta años, de cara bondadosa, vestida a la moda que se podía esperar en 1909, asomó la cabeza y los miró.
-¿Puedo ayudarlos?- preguntó.
-Disculpe- dijo el capitán, indeciso-, pero buscamos... es decir, deseábamos...
La mujer lo miró con ojos oscuros y perplejos.
-Si venden algo...
-No, espere. ¿Qué pueblo es éste?
La mujer lo miró de arriba abajo.
-¿Cómo qué pueblo es éste? ¿Cómo pueden estar en un pueblo y no saber cómo se llama?
El capitán tenía el aspecto de querer ir a sentarse debajo de un árbol, a la sombra.
-Somos forasteros. Queremos saber cómo llegó este pueblo aquí y cómo usted llegó aquí.
-¿Son ustedes del censo?
-No.
-Todo el mundo sabe -dijo la mujer- que este pueblo fue construido en mil ochocientos sesenta y ocho. ¿Se trata de un juego?.
-No, no es un juego -exclamó el capitán-. Venimos de la Tierra.
-¿Quiere decir de debajo de la tierra?
-No. Venimos del tercer planeta, la Tierra, en una nave. Y hemos descendido aquí, en el cuarto planeta, Marte...
-Esto -explicó la mujer como si le hablara a un niño- es Green Bluff, Illinois, en el continente americano, entre el océano Pacífico y el océano Atlántico, en un lugar llamado el mundo y a veces la Tierra. Ahora, váyanse. Adiós.
La mujer trotó vestíbulo abajo, pasando los dedos por entre las cortinas de abalorios.
Los tres hombres se miraron.
-Propongo que rompamos la puerta de alambre - dijo Lustig.
-No podemos hacerlo. Es propiedad privada. ¡Dios santo!

Fueron a sentarse en el escalón del porche.
-Se le ha ocurrido pensar, Hinkston, que quizá nos salimos de la trayectoria, de alguna manera, y por accidente descendimos en la Tierra?
-¿Y cómo lo hicimos?
-No lo sé, no lo sé. Déjeme pensar, por Dios.
-Comprobamos cada kilómetro de la trayectoria -dijo Hinkston-. Nuestros cronómetros dijeron tantos kilómetros. Dejamos atrás la Luna y salimos al espacio, y aquí estamos. Estoy seguro de que estamos en Marte.
-¿Y si por accidente nos hubiésemos perdido en las dimensiones del espacio y el tiempo, y hubiéramos aterrizado en una Tierra de hace treinta o cuarenta años?
-¡Oh, por favor, Lustig!
Lustig se acercó a la puerta, hizo sonar la campanilla y gritó a las habitaciones frescas y oscuras:
-¿En qué año estamos?
-En mil novecientos veintiséis, por supuesto -contestó la mujer, sentada en una mecedora, tomando un sorbo de limonada.
Lustig se volvió muy excitado.
-¿Lo oyeron? Mil novecientos veintiséis. ¡Hemos retrocedido en el tiempo! ¡Estamos en la Tierra!
Lustig se sentó, y los tres hombres se abandonaron al asombro y al terror, acariciándose de vez en cuando las rodillas.
-Nunca esperé nada semejante -dijo el capitán-. Confieso que tengo un susto de todos los diablos. ¿Cómo puede ocurrir un cosa así? ojalá hubiéramos traído a Einstein con nosotros.
-¿Nos creerá alguien en este pueblo? -preguntó Hinkston- ¿Estaremos jugando con algo peligroso? Me refiero al tiempo. ¿No tendríamos que elevarnos simplemente y volver
a la Tierra?
-No. No hasta probar en otra casa.

Pasaron por delante de tres casas hasta un pequeño cottage blanco, debajo de un roble.
-Me gusta ser lógico Y quisiera atenerme a la lógica -dijo el capitán-. Y no creo que hayamos puesto el dedo en la llaga. Admitamos, Hinkston, como usted sugirió antes, que se viaje en cohete desde hace muchos años. Y que los terrestres, después de vivir aquí algunos años, comenzaron a sentir nostalgias de la Tierra. Primero una leve neurosis, después una psicosis, y por fin la amenaza de la locura. ¿Qué haría usted, como psiquiatra, frente a un problema de esas dimensiones?
Hinkston reflexionó.
-Bueno, pienso que reordenaría la civilización de Marte, de modo que se pareciera, cada día más, a la de la Tierra. Si fuese posible reproducir las plantas, las carreteras, los lagos, y aun los océanos, los reproduciría. Luego, mediante una vasta hipnosis colectiva, convencería a todos en un pueblo de este tamaño que esto era realmente la Tierra, y no Marte.
-Bien pensado, Hinkston. Creo que estamos en la pista correcta. La mujer de aquella casa piensa que vive en la Tierra. Ese pensamiento protege su cordura. Ella y los demás de este pueblo son los sujetos del mayor experimento en migración e hipnosis que hayamos podido encontrar.
-¡Eso es! -exclamó Lustig.
-Tiene razón -dijo Hinkston.
El capitán suspiró.
-Bien. Hemos llegado a alguna parte. Me siento mejor. Todo es un poco más lógico. Ese asunto de las dimensiones, de ir hacia atrás y hacia delante viajando por el tiempo, me revuelve el estómago. Pero de esta manera... -El capitán sonrió-: Bien, bien, parece que seremos bastante populares aquí.
-¿Cree usted? -dijo Lustig -. Al fin y al cabo, esta gente vino para huir de la Tierra, como los Peregrinos. Quizá vernos no los haga demasiado felices. Quizás intenten echarnos o matamos.
-Tenemos mejores armas. Ahora a la casa siguiente. ¡Andando!

Apenas habían cruzado el césped de la acera, cuando Lustig se detuvo y miró a lo largo de la calle que atravesaba el pueblo en la soñadora paz de la tarde.
-Señor -dijo.
-¿Qué pasa, Lustig?
-Capitán, capitán, lo que veo...
Lustig se echó a llorar. Alzó unos dedos que se le retorcían y temblaban, y en su cara hubo asombro, incredulidad y dicha. Parecía como si en cualquier momento fuese a enloquecer de alegría. Miró calle abajo y empezó a correr, tropezando torpemente, cayéndose y levantándose, y corriendo otra vez.
-¡Miren! ¡Miren!
-¡No dejen que se vaya!- El capitán echó también a correr.

Lustig se alejaba rápidamente, gritando. Cruzó uno de los jardines que bordeaban la calle sombreada y entró de un salto en el porche de una gran casa verde con un gallo de hierro en el tejado.
Gritaba y lloraba golpeando la puerta cuando Hinkston y el capitán llegaron corriendo detrás de él. Todos jadeaban y resoplaban, extenuados por la carrera y el aire enrarecido.

-¡Abuelo! ¡Abuela! -gritaba Lustig.
Dos ancianos, un hombre y una mujer, estaban de pie en el porche.
-¡David!- exclamaron con voz aflautada y se apresuraron a abrazarlo y a palmearle la espalda, moviéndose alrededor-. ¡Oh, David, David, han pasado tantos años! ¡Cuánto has crecido, muchacho! Oh, David, muchacho, ¿cómo te encuentras?
-¡Abuelo! ¡Abuela! -sollozaba David Lustig-. ¡Qué buena cara tenéis!
Retrocedió, los hizo girar, los besó, los abrazó, lloró sobre ellos Y volvió a retroceder mirándolos con ojos parpadeantes. El sol brillaba en el cielo, el viento soplaba, el césped era verde, las puertas de tela de alambre estaban abiertas de par en par.
-Entra, muchacho, entra. Hay té helado, mucho té.
-Estoy con unos amigos. -Lustig se dio vuelta e hizo señas al capitán, excitado, riéndose-. Capitán, suban.
-¿Cómo están ustedes? -dijeron los viejos-. Pasen. Los amigos de David son también nuestros amigos. ¡No se queden ahí!

La sala de la vieja casa era muy fresca, y se oía el sonoro tictac de un reloj de abuelo, alto y largo, de molduras de bronce. Había almohadones blandos sobre largos divanes y paredes cubiertas de libros y una gruesa alfombra de arabescos rosados, y las manos sudorosas sostenían los vasos de té, helado y fresco en las bocas sedientas.
-Salud. -La abuela se llevó el vaso a los dientes de porcelana.
-¿Desde cuándo estáis aquí, abuela? -preguntó Lustig.
-Desde que nos morimos -replicó la mujer.
El capitán John Black puso el vaso en la mesa.
-¿Desde cuándo?
-Ah, sí. -Lustig asintió-. Murieron hace treinta años.
-¡Y usted ahí tan tranquilo! -gritó el capitán.
-Silencio. - La vieja guiñó un ojo brillante-. ¿Quién es usted para discutir lo que pasa? Aquí estamos. ¿Qué es la vida, de todos modos? ¿Quién decide por qué, para qué o dónde? Sólo sabemos que estamos aquí, vivos otra vez, y no hacemos preguntas. Una, segunda oportunidad-. Se inclinó y mostró una muñeca delgada. -Toque-. El capitán tocó. -Sólida, ¿eh?-. El capitán asintió. -Bueno, entonces -concluyó con aire de triunfo-, ¿para qué hacer preguntas?
-Bueno -replicó el capitán-, nunca imaginamos que encontraríamos una cosa como ésta en Marte.
-Pues la han encontrado. Me atrevería a decirle que hay muchas cosas en todos los planetas que le revelarían los infinitos designios de Dios.
-¿Esto es el cielo? -preguntó Hinkston.
-Tonterías, no. Es un mundo y tenemos aquí una segunda oportunidad. Nadie nos dijo por qué. Pero tampoco nadie nos dijo por qué estábamos en la Tierra. Me refiero a la otra Tierra, esa de donde vienen ustedes. ¿Cómo sabemos que no había todavía otra además de ésa?
-Buena pregunta -dijo el capitán.
Lustig no dejaba de sonreír mirando a sus abuelos.
-Qué alegría veros, qué alegría.
El capitán se incorporó y se palmeó una pierna con aire de descuido.
-Tenemos que irnos. Muchas gracias por las bebidas.
-Volverán, por supuesto -dijeron los viejos -. Vengan esta noche a cenar.
-Trataremos de venir, gracias. Hay mucho que hacer. Mis hombres me esperan en el cohete y..
Se interrumpió. Se volvió hacia la puerta, sobresaltado.

Muy lejos a la luz del sol había un sonido de voces y grandes gritos de bienvenida.
-¿Qué pasa? - preguntó Hinkston.
-Pronto lo sabremos.

El capitán John Black cruzó abruptamente la puerta, corrió por la hierba verde y salió a la calle del pueblo marciano. Se detuvo mirando el cohete. Las portezuelas estaban abiertas y la tripulación salía y saludaba, y se mezclaba con la muchedumbre que se había reunido, hablando, riendo, estrechando manos. La gente bailaba alrededor. La gente se arremolinaba. El cohete yacía vacío y abandonado.

Una banda de música rompió a tocar a la luz del sol, lanzando una alegre melodía desde tubas y trompetas que apuntaban al cielo. Hubo un redoble de tambores y un chillido de gaitas. Niñas de cabellos de oro saltaban sobre la hierba. Niños gritaban: «¡Hurra!». Hombres gordos repartían cigarros. El alcalde del pueblo pronunció un discurso. Luego, los miembros de la tripulación, dando un brazo a una madre, y el otro a un padre o una hermana, se fueron muy animados calle abajo y entraron en casas pequeñas y en grandes mansiones. Las puertas se cerraron de golpe.
El calor creció en el claro cielo de primavera, y todo quedó en silencio. La banda de música desapareció detrás de una esquina, alejándose del cohete, que brillaba y centelleaba a la luz del sol.

-¡Deténganse! -gritó el capitán Black-. ¡Lo han abandonado! -dijo el capitán-. ¡Han abandonado la nave! ¡Les arrancaría la piel! ¡Tenían órdenes precisas!
-Capitán, no sea duro con ellos -dijo Lustig-. Se han encontrado con parientes y amigos.
-¡No es una excusa!
-Piense en lo que habrán sentido con todas esas caras familiares alrededor de la nave -dijo Lustig.
-Tenían órdenes, maldita sea.
-¿Qué hubiera sentido usted, capitán?
-Hubiera cumplido las órdenes... -comenzó a decir el capitán, y se quedó boquiabierto. Por la acera, bajo el sol de Marte, venía caminando un joven de unos veintiséis años, alto, sonriente, de ojos asombrosamente claros y azules.

- ¡John! -gritó el joven, y trotó hacia ellos.
-¿Qué? -El capitán Black se tambaleó.
El joven llegó corriendo, le tomó la mano y le palmeó la espalda.
-¡John, bandido!
-Eres tú -dijo el capitán John Black.
-¡Claro que soy yo! ¿Quién creías que era?
-¡Edward!
El capitán, reteniendo la mano del joven desconocido, se volvió a Lustig y a Hinkston.
-Éste es mi hermano Edward. Ed, te presento a mis hombres: Lustig, Hinkston. ¡Mi hermano!
John y Edward se daban la mano y se apretaban los brazos. Al fin se abrazaron.
-¡Ed!
-¡John, sinvergüenza!
-Tienes muy buena cara, Ed, pero ¿cómo? No has cambiado nada en todo este tiempo. Moriste, recuerdo, cuando tenías veintiséis años y yo diecinueve. ¡Dios mío! Hace tanto tiempo, y aquí estás. Señor, ¿qué pasa aquí?
-Mamá está esperándonos -dijo Edward Black sonriendo.
-¿Mamá?
-Y papá también.
-¿Papá?
El capitán casi cayó al suelo como si lo hubieran golpeado con un arma poderosa. Echó a caminar rígidamente, con pasos desmañados.
-¿Papá y mamá vivos? ¿Dónde están?
-En la vieja casa de Oak Knoll Avenue.
-¡En la vieja casa! -El capitán miraba fijamente con un deleitado asombro-. ¿Han oído ustedes, Lustig, Hinkston?

Hinkston se había ido. Había visto su propia casa en el fondo de la calle y corría hacia ella. Lustig se reía.
-¿Ve usted, capitán, qué les ha ocurrido a los del cohete? No han podido evitarlo.
- Sí, sí. -El capitán cerró los ojos-. Cuando vuelva a mirar habrás desaparecido. Parpadeó-. Todavía estás aquí. Oh, Dios, ¡pero qué buen aspecto tienes, Ed!
-Vamos, nos espera el almuerzo. Ya he avisado a mamá.
Lustig dijo:
-Señor, estaré en casa de mis abuelos si me necesita.
-¿Qué? Ah, muy bien, Lustig. Nos veremos más tarde.

Edward tomó de un brazo al capitán.
-Ahí está la casa. ¿La recuerdas?
-¡Claro que la recuerdo! Vamos. A ver quién llega primero al porche.
Corrieron. Los árboles rugieron sobre la cabeza del capitán Black; el suelo rugió bajo sus pies. Delante de él, en un asombroso sueño real, veía la figura dorada de Edward Black y la vieja casa, que se precipitaba hacia ellos, con las puertas de tela de alambre abiertas de par en par.
-¡Te he ganado! -exclamó Edward.
- Soy un hombre viejo -jadeó el capitán -y tú eres joven todavía. Además siempre me ganabas, me acuerdo muy bien.
En el umbral, mamá, sonrosada, rolliza y alegre. Detrás, papá, con canas amarillas y la pipa en la mano.
-¡Mamá! ¡Papá!
El capitán subió las escaleras corriendo como un niño.

Fue una hermosa y larga tarde de primavera. Después de una prolongada sobremesa se sentaron en la sala y el capitán les habló del cohete, y ellos asintieron y mamá no había cambiado nada y papá cortó con los dientes la punta de un cigarro y lo encendió pensativamente como acostumbraba antes.

A la noche comieron un gran pavo y el tiempo fue pasando. Cuando los huesos quedaron tan limpios como palillos de tambor, el capitán se echó hacia atrás en su silla y suspiró satisfecho. La noche estaba en todos los árboles y coloreaba el cielo, y las lámparas eran aureolas de luz rosada en la casa tranquila. De todas las otras casas, a lo largo de la calle, venían sonidos de músicas, de pianos, y de puertas que se cerraban.

Mamá puso un disco en el gramófono y bailó con el capitán John Black. Llevaba el mismo perfume de aquel verano, cuando ella y papá murieron en el accidente de tren. El capitán la sintió muy real entre los brazos, mientras bailaban con pasos ligeros.

-No todos los días se vuelve a vivir -dijo ella.
-Me despertaré por la mañana -replicó el capitán-, y me encontraré en el cohete, en el espacio, y todo esto habrá desaparecido.
-No, no pienses eso -lloró ella dulcemente-. No dudes. Dios es bueno con nosotros. Seamos felices.
-Perdón, mamá.
El disco terminó con un siseo circular.

-Estás cansado, hijo mío -le dijo papá señalándolo con la pipa-. Tu antiguo dormitorio te espera; con la cama de bronce y, todas tus cosas.
-Pero tendría que llamar a mis hombres.
-¿Por qué?
-¿Por qué? Bueno, no lo sé. En realidad, creo que no hay ninguna razón. No, ninguna. Estarán comiendo o en cama. Una buena noche de descanso no les hará daño.
-Buenas noches, hijo. -Mamá le besó la mejilla-. Qué bueno es tenerte en casa.
-Es bueno estar en casa.

El capitán dejó aquel país de humo de cigarros y perfume y libros y luz suave y subió las escaleras charlando, charlando con Edward. Edward abrió una puerta, y allí estaba la cama de bronce amarillo, y los viejos banderines de la universidad, y un muy gastado abrigo de castor que el capitán acarició cariñosamente, en silencio.

-No puedo más, de veras -murmuró-. Estoy entumecido y cansado. Hoy han ocurrido demasiadas cosas. Me siento como si hubiera pasado cuarenta y ocho horas bajo una lluvia torrencial, sin paraguas ni impermeable. Estoy empapado hasta los huesos de emoción. Edward estiró con una mano las sábanas de nieve y ahuecó las almohadas. Levantó un poco la ventana y el aroma nocturno del jazmín entró flotando en la habitación. Había luna y sonidos de músicas y voces distantes.

-De modo que esto es Marte -dijo el capitán, desnudándose.
-Así es.

Edward se desvistió con movimientos perezosos y lentos, sacándose la camisa por la cabeza y descubriendo unos hombros dorados y un cuello fuerte y musculoso. Habían apagado las luces, y ahora estaban en cama, uno al lado del otro, como ¿hacía cuántos años? El aroma de jazmín que empujaba las cortinas de encaje hacia el aire oscuro del dormitorio acunó y alimentó al capitán. Entre los árboles, sobre el césped, alguien había dado cuerda a un gramófono portátil que ahora susurraba una canción: Siempre.

Se acordó de Marilyn.
-¿Está Marilyn aquí?
Edward, estirado allí a la luz de la luna, esperó unos instantes y luego contestó:
-Sí. No está en el pueblo, pero volverá por la mañana.
El capitán cerró los ojos:
-Tengo muchas ganas de verla.
En la habitación rectangular y silenciosa, sólo se oía la respiración de los dos hombres.
-Buenas noches, Ed.
Una pausa.
-Buenas noches, John.

El capitán permaneció tendido y en paz, abandonándose a sus propios pensamientos. Por primera vez consiguió hacer a un lado las tensiones del día, y ahora podía pensar lógicamente. Todo había sido emocionante: las bandas de música, las caras familiares. Pero ahora...

«¿Cómo? -se preguntó-. ¿Cómo se hizo todo esto? ¿Y por qué? ¿Con qué propósito? ¿Por la mera bondad de alguna intervención divina? ¿Entonces Dios se preocupa realmente por sus criaturas? ¿Cómo y por qué y para qué?»

Consideró las distintas teorías que habían adelantado Hinkston y Lustig en el primer calor de la tarde. Dejó que otras muchas teorías nuevas le bajaran a través de la mente como perezosos guijarros que giraban echando alrededor unas luces mortecinas. Mamá. Papá. Edward. Tierra. Marte. Marcianos.

«¿Quién había vivido aquí hacía mil años en Marte? ¿Marcianos? ¿O había sido siempre como ahora?»

Marcianos. El capitán repitió la palabra ociosamente, interiormente. Casi se echó a reír en voz alta. De pronto se le había ocurrido la más ridícula de las teorías. Se estremeció. Por supuesto, no tenía ningún sentido. Era muy improbable. Estúpida. «Olvídala. Es ridícula.»

«Sin embargo -pensó-, supongamos... Supongamos que Marte esté habitado por marcianos que vieron llegar nuestra nave y nos vieron dentro y nos odiaron. Supongamos ahora, sólo como algo terrible, que quisieran destruir a esos invasores indeseables, y del modo más inteligente, tomándonos desprevenidos. Bien, ¿qué arma podrían usar los marcianos contra las armas atómicas de los terrestres?»

La respuesta era interesante. Telepatía, hipnosis, memoria e imaginación.

«Supongamos que ninguna de estas casas sea real, que esta cama no sea real sino un invento de mi propia imaginación, materializada por los poderes telepáticos e hipnóticos de los marcianos -pensó el capitán John Black -. Supongamos que estas casas tengan realmente otra forma, una forma marciana, y que conociendo mis deseos y mis anhelos, estos marcianos hayan hecho que se parezcan a mi viejo pueblo y mi vieja casa, para que yo no sospeche. ¿Qué mejor modo de engañar a un hombre que utilizar a sus padres como cebo?»

«Y este pueblo, tan antiguo, del año mil novecientos veintiséis, muy anterior al nacimiento de mis hombres... Yo tenía seis años entonces, y había discos de Harry Lauder, y cortinas de abalorios, y Hermoso Ohio, y cuadros de Maxfield Parrish que colgaban todavía de las paredes, y arquitectura de principios de siglo. ¿Y si los marcianos hubieran sacado este pueblo de los recuerdos de mi mente? Dicen que los recuerdos de la niñez son los más claros. Y después de construir el pueblo, sacándolo de mi mente, ¡lo poblaron con las gentes más queridas, sacándolas de las mentes de los tripulantes! Y supongamos que esa pareja que duerme en la habitación contigua no sea mi padre y mi madre, sino dos marcianos increíblemente hábiles y capaces de mantenerme todo el tiempo en un sueño hipnótico.»

«¿Y aquella banda de música? ¡Qué plan más sorprendente y admirable! Primero, engañar a Lustig, después a Hinkston, y después reunir una muchedumbre; y todos los hombres del cohete, como es natural, desobedecen las órdenes y abandonan la nave al ver a madres, tías, tíos y novias, muertos hace diez, veinte años. ¿Qué más natural? ¿Qué más inocente? ¿Qué más sencillo? Un hombre no hace muchas preguntas cuando su madre vuelve de pronto a la vida. Está demasiado contento. Y aquí estamos todos esta noche, en distintas casas, distintas camas, sin armas que nos protejan. Y el cohete vacío a la luz de la luna. ¿Y no sería espantoso y terrible descubrir que todo esto es parte de un inteligente plan de los marcianos para dividirnos y vencernos, y matarnos? En algún momento de esta noche, quizá, mi hermano, que está en esta cama, cambiará de forma, se fundirá y se transformará en otra cosa, en una cosa terrible, un marciano. Sería tan fácil para él volverse en la cama y clavarme un cuchillo en el corazón... Y en todas esas casas, a lo largo de la calle, una docena de otros hermanos o padres fundiéndose de pronto y sacando cuchillos, se abalanzarán sobre los confiados y dormidos terrestres.»

Le temblaban las manos bajo las mantas. Tenía el cuerpo helado. De pronto la teoría no fue una teoría. De pronto tuvo mucho miedo. Se incorporó en la cama y escuchó. Todo estaba en silencio. La música había cesado. El viento había muerto. Su hermano dormía junto a él.

Levantó con mucho cuidado las mantas y salió de la cama. Había dado unos pocos pasos por el cuarto cuando oyó la voz de su hermano.
-¿Adónde vas?
-¿Qué?
La voz de su hermano sonó otra vez fríamente:
-He dicho que adónde piensas que vas.
-A beber un trago de agua.
-Pero no tienes sed.
-Sí, sí, tengo sed.
-No, no tienes sed.
El capitán John Black echó a correr por el cuarto. Gritó, gritó dos veces.
Nunca llegó a la puerta.

A la mañana siguiente, la banda de música tocó una marcha fúnebre. De todas las casas de la calle salieron solemnes y reducidos cortejos nevando largos cajones, y por la calle soleada, llorando, marcharon las abuelas, las madres, las hermanas, los hermanos, los tíos y los padres, y caminaron hasta el cementerio, donde había fosas nuevas recién abiertas y nuevas lápidas instaladas. Dieciséis fosas en total, y dieciséis lápidas.

El alcalde pronunció un discurso breve y triste, con una cara que a veces parecía la cara del alcalde y a veces alguna otra cosa. El padre y la madre del capitán John Black estaban allí, con el hermano Edward, llorando, y sus caras antes familiares, se fundieron y transformaron en alguna otra cosa. El abuelo y la abuela de Lustig estaban allí, sollozando, y sus caras brillantes, con ese brillo que tienen las cosas en los días de calor, se derritieron como la cera.

Bajaron los ataúdes. Alguien habló de «la inesperada muerte durante la noche de
dieciséis hombres dignos...». La tierra golpeó las tapas de los cajones. La banda de música volvió de prisa al pueblo, con paso marcial, tocando Columbia, la perla del océano, y ya nadie trabajó ese día.



Ray Bradbury
Crónicas Marcianas (1950)

Ilustración 1: proporcionada por Marisa ¡gracias!
Ilustración 2: Post-Hipnótico

viernes, 18 de marzo de 2011

Pareja de frikis


Recuerda que:

La información no es conocimiento.
El conocimiento no es sabiduría.
La sabiduría no es la verdad.
La verdad no es la belleza.
La belleza no es el amor.
El amor no es la música.
La música... la música es lo mejor.

Frank Zappa

Leído aquí:
El mundo entero es un escenario y todo lo demás es vodevil

jueves, 17 de marzo de 2011

Poemas del Milenio XXII

Las princesas Disney

LA PRINCESA ESTÁ TRISTE
Rubén Darío (1867-1916)


SONATINA

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe del Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz,
o en el rey de las islas de las Rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de Mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que Abril!

«Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor.»

(de Prosas profanas, 1896-1901)

Brianna Garcia

Ilustración:
Brianna Garcia

miércoles, 16 de marzo de 2011

Políticos

Logo Blog Noticias Gato Malo

«Aunque no te ocupes de la política, ella se ocupará de ti.» (Yves Montand)

«Bien analizada, la libertad política es una fábula imaginada por los gobiernos para adormecer a sus gobernados.» (Napoleón Bonaparte)

«La guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos. (Parménides de Elea)

«La política ha dejado de ser una política de ideales para convertirse en una política de programas.» (Enrique Tierno Galván)

«Para mí, la política no es más que la búsqueda del poder privado por parte de determinados individuos. Pueden disfrazarlo con cualquier ideología, ponerlo en los términos de las estupideces románticas o filosóficas que quieran, pero en esencia es una búsqueda privada del poder.» (Jim Morrison)

«La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico falso y aplicar después los remedios equivocados. (Groucho Marx)

Logo Editorial Gato Malo«Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo... y por los mismos motivos.» (George Bernard Shaw)

«Si yo me hubiera dedicado a la política, ¡oh atenienses!, hubiera perecido hace mucho tiempo y no hubiese hecho ningún bien ni a vosotros ni a mí mismo.» (Sócrates)

«A los políticos les interesa la gente, lo cual no siempre es una virtud. También a las pulgas les interesan los perros.» (P.J. O’Rourke)

«Ni la vida, ni la libertad, ni la propiedad de ningún hombre está a salvo cuando el legislativo está reunido.» (Mark Twain)

«El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago.» (Woody Allen)

“Nunca como ahora se hizo tal ostentación del escándalo, de un mezquino escándalo recíproco. La caza de votos es un comercio tCati Wantedan vilmente degradante, tan por completo incompatible con la dignidad moral y mental, que no puedo concebir cómo una mente cultivada sea capaz de este sucio juego”. (William Godwin)

“La verdadera desesperanza no nace ante una obstinada adversidad, ni en el agotamiento de una lucha desigual. Proviene de que no se perciban más razones para luchar e, incluso, de que no se sepa si hay que luchar… Si bien la lucha es difícil, las razones para luchar, al menos, permanecen siempre claras”. (Albert Camus)

«El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan.» (Arnold Joseph Toynbee)

Imágenes 1 y 3: Editorial Gato Malo y Blog Noticias Gato Malo

martes, 15 de marzo de 2011

El Rey Lagarto

Jim Morrison

«Es necesario llevar en si mismo un caos para poner en el mundo una estrella danzante.» (Nietzche)


Entrevista a Jim Morrison realizada por Lizzie James y que apareció en la legendaria revista Creem en “homenaje” por los diez años de su muerte.

Lizzie: Creo que los seguidores de The Doors te ven a ti mismo como un salvador, el líder que los hará libres de una vez. ¿Cómo te sientes al respecto? es una carga pesada, ¿no es así?

Jim: Es absurdo... ¿cómo puedo volver libre a alguien que no tiene el valor suficiente para ponerse de pie solo y declarar su propia libertad? Creo que es una mentira. La gente dice que Jim Morrisonquiere ser libre, que la libertad es la cosa más sagrada y valiosa que un hombre puede poseer. ¡Pero eso es mentira! La gente tiene miedo de ser libre: ellos mismos se atan a sus cadenas. Tratarán de pelearle a cualquiera que trate de romper esas cadenas. Esa es su seguridad... ¿Cómo esperan que yo o alguien más los libere si ellos realmente no quieren ser libres?

Lizzie:
¿Por qué piensas que las personas temen la libertad?

Jim: Pienso que la gente se resiste a la libertad porque están aterrados de lo desconocido. Pero esto es irónico... lo desconocido fue alguna vez muy conocido. Es adonde nuestra alma pertenece... la única solución es confrontarlo, confrontarte a ti mismo, con el mayor de los miedos imaginables. Exponerte a tu más profundo miedo. Después de eso, el miedo no tiene poder, y el miedo a la libertad retrocede y se desvanece. Tú eres libre.

Lizzie: ¿Qué quieres decir exactamente con la palabra “libertad”?

Jim: Hay distintas clases de libertad. La que más me importa es la que me impulsa a ser lo que realmente soy. Tú vendes tu realidad por un papel, un rol. Vendes tus sentimientos por un acto. Eliminas tu habilidad para sentir, y en cambio, te pones una máscara. No puede haber ninguna gran revolución en escala a menos que haya una revolución personal, en un nivel individual. Tiene que pasar desde adentro primero. Tu puedes sacarle la libertad política a un hombre y no lo lastimarás, a menos que le quites su libertad para sentir. Eso puede destruirlo.

Lizzie: ¿Pero cómo puede alguien tener el poder para quitarte tu libertad para sentir?

Jim: Algunas personas se rinden voluntariamente, con mucho gusto, pero otros son forzados a rendirse. La prisión comienza con el nacimiento. La sociedad, los padres, ellos se niegan a que Jim Morrison, LIFEmantengas la libertad con la que naciste. Hay muchas maneras sutiles. Uno ve que todos a tu alrededor han destruido su verdadera naturaleza de sentir. Tú imitas lo que ves.

Lizzie: ¿Estás diciendo que somos, en efecto, educados para defender y eternizar una sociedad que despoja a las personas de su libertad de sentir?

Jim: Seguro... Maestros, líderes religiosos, hasta amigos, o los que se hacen llamar amigos, toman la antorcha allí donde tus padres la dejaron. Ellos demandan que debemos sentir sólo lo que ellos quieren y esperan de nosotros. Demandan que sintamos tan solo los sentimientos que quieren y esperan de nosotros. Somos como actores, desatados en este mundo para vagar en busca de un fantasma... eternamente buscando por la mitad semi olvidada de una sombra de nuestra propia realidad perdida. Cuando otros demandan que nos convertamos en la persona que ellos quieren que seamos, nos forzarán a destruir quienes realmente somos. Es una manera sutil de asesinar... Hasta los mejores padres y parientes perpetran este homicidio con sonrisas en sus rostros.

Lizzie: ¿Piensas que es posible para alguien liberarse a sí mismo de estas fuerzas represivas a su modo, totalmente solo?

Jim: Nadie puede ganar esa libertad por ti. Tienes que hacerlo por ti mismo. Si tú buscas a alguien más para que lo haga por ti, alguien fuera de ti, sigues aún dependiendo de otros. Todavía eres vulnerable para esas represivas, demoniacas fuerzas exteriores, también.

Lizzie:
¿Pero no es posible para las personas que quieren esa libertad, unirse, combinar sus fuerzas, quizás solo para fortalecerse junto a otros? Tiene que ser posible.

Jim: Los amigos pueden ayudarnos. Un verdadero amigo es alguien que te da la total libertad para ser tú mismo, y específicamente para sentir. O para no sentir. Cualquier cosa que te pase pJim Morrisonara sentir en el momento, está bien con ellos. A eso es lo que el amor verdadero apunta, dejar que una persona sea lo que realmente es... la mayoría de las personas te aman por lo que pretendes ser... para mantener su amor, debes seguir aparentando, actuando. Es verdad, estamos atrapados en una imagen, un acto, y lo más triste es, que la gente le da uso a esa imagen, crecen atados a sus máscaras. Ellos aman sus cadenas. Olvidan todo acerca de quiénes son realmente. Y si tú tratas de recordárselo, te odiarán por eso, ellos sienten que estás tratando de robarle su mas preciada posesión.

Lizzie: Es irónico. Es triste. ¿Es que acaso no pueden ver que lo que tú estas tratando de mostrarles es el camino a la libertad?

Jim:
La mayoría de la gente no tiene idea de lo que se está perdiendo. Nuestra sociedad tiene un valor supremo en el control, escondiendo lo que sientes. Nuestra cultura se burla de las “culturas primitivas” y se vanagloria a sí misma de la supresión de los impulsos y los instintos naturales.

Lizzie:
En muchos de tus poemas, tú admiras abiertamente a la gente primitiva, Indios, por ejemplo. ¿Quieres decir que no es el ser humano en general, sino nuestra sociedad en particular, la que esta enferma?.

Jim:
Mira como las otras culturas viven, pacíficamente, en armonía con la tierra, los bosques, los animales. Ellos no construyen maquinas de guerra ni invierten millones de dólares en atacar a otro país cuyas ideas políticas no coinciden con las propias.

Lizzie: Vivimos en una sociedad enferma.

Jim:
Es verdad... y una parte de la enfermedad es no estar conscientes de que estamos enfermos... Nuestra sociedad posee demasiadas cosas, demasiado a lo que aferrarse, y la libertad esta recién al final de la lista.

Lizzie: ¿Pero no hay algo que un artista pueda hacer? Si tú no te sientes como un artista que pueda realizar algo, ¿cómo puedes seguir?
Tumba de Jim Morrison
Jim: Les ofrezco imágenes. Conjuro recuerdos de la libertad que todavía pueden ser alcanzados. Pero me limito a abrir las puertas: no puedo empujar a la gente a través de ellas. No los puedo liberar a menos que ellos quieran ser libres, más que cualquier otra cosa. Quizás la gente primitiva ha tenido menos basura a la que atarse. Una persona tiene que estar dispuesta a deshacerse de todo, y no me refiero solamente a las posesiones. Toda la basura que nos han enseñado, de todo el lavado de cerebro de la sociedad. Tú tienes que dejar todo lo que no te deja atravesar al otro lado. La mayoría de las personas no están dispuestas a hacer eso.

Fuente: Al espíritu divino que llevaba en su interior

lunes, 14 de marzo de 2011

Algunas reglas para ser gato II



* Duerme lo suficiente durante el día, así estarás con las baterías cargadas para jugar a tope entre la 1 y las 4 de la madrugada.

* Si te llaman, haz como que no oyes.

* No permitas que tu gente se abandone los domingos por la mañana al sueño. Ronronea como una segadora junto a su oreja mientras les mordisqueas el pelo (esto hace un ruidito sumamente denteroso) y, si persisten, paséate por encima de sus cabezas procurando pisarles los ojos y la boca.

* Un minuto antes de que tus dueños se vayan a dormir, escóndete y no respondas bajo ningún concepto.

* Cuando no te hagan caso, porque llegan tarde al trabajo, tira algo al suelo y rómpelo. Les encantará.

* Sal a recibir a tus humanos a la terraza: cuando los veas llegar, sube a la barandilla y maúlla para llamar su atención, (esto les gusta sobre todo si vives más arriba de un 2º piso), verás como te llaman y te saludan a gritos.

* Si oyes comentar a una de las humanas de la casa "hoy Cati me ha dejado acariciarla 3 veces..." toma nota, es demasiado. Practica durante varios días un bufido desgarrador ante Fernando Boterocualquier ademán (incluso si llevan jamón en la mano...). No desdeñes el ser contradictorio: ahora sí, ahora no... Por supuesto, a la otra humana permítele todo, de esa manera fomentarás los celos entre ambas y sacarás partido.

* Entretén a tu gente cuando se estén bañando. Mete el rabito y las patitas en el agua de la bañera y luego paséate por el borde (esto es particularmente emocionante si la bañera es antigua y tiene el borde curvado); con las patitas mojadas amaga continuos resbalones en el borde, así el bañista estará realmente interesado en saber en qué momento vas a caer a la bañera, convertido en una motosierra de zarpas desgarradoras de su piel desnuda.

* Si te dejan fuera del baño y no te abren por más que grites y arañes la puerta, aprovecha para experimentar la fuerza de la gravedad con todos los adornitos del mueble más cercano.

* Si eres macho, nunca les marques el territorio, ni faltes de casa más de dos horas. Si no, te llevarán a ver a un hombre vestido de blanco, y jamás volverás a darle un gustazo a ese cuerpo serrano que tienes.

* Cuando te monten en un coche, compórtate como un psicópata. Verás como nunca más te sacarán de casa.

Pintura: Fernando Botero

viernes, 11 de marzo de 2011

Poemas del Milenio XXI

Ivan Kolisnyk

RIMA XXXVIII
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)


Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
así... ¡no te querrán!

(de Rimas, Gustavo Adolfo Bécquer)

Pintura: Ivan Kolisnyk, Gato y golondrina

jueves, 10 de marzo de 2011

Cateinstein



«Cuando un hombre se sienta con una chica bonita durante una hora, parece que fuese un minuto. Pero déjalo que se siente en una estufa caliente durante un minuto y le parecerá más de una hora. Eso es relatividad

«Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera.»

«En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento.»

«Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad

«La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices.»

«No entiendes realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela.»

"¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio

«Si la gente es buena sólo porque temen al castigo y porque esperan una recompensa, entonces verdaderamente somos un grupo lastimoso.»

«Si los creyentes de las diferentes religiones actuales se esforzaran en pensar, juzgar y actuar con el espíritu de los fundadores de tales religiones, entonces no existiría la hostilidad basada en la fe que se da entre esos creyentes. Y lo que es más, las diferencias en materia de fe pasarían a ser insignificantes.»

«No se puede acabar con el dominio de los tontos, porque son tantos, y sus votos cuentan tanto como los nuestros.»

«La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal.»

Fuente: Wikiquote

miércoles, 9 de marzo de 2011

El gato loco

Nancy Wolff

Lo he calumniado. Le he llamado el gato loco; he dicho que necesitaba un psiquiatra. Me he burlado de él torpemente.

En cuanto empieza a oscurecer, mientras la gata se acomoda en los sillones de la sala, el gato bizco comienza su ronda nocturna: da doce o quince vueltas alrededor, dentro de mi cuarto, pegado a las paredes, debajo de la cama, detrás del buró, con un itinerario fijo e insistente; luego sale al patio y se pasa toda la noche, pero toda la noche, dando vueltas y vueltas, maullando quedamente, lastimeramente, a un ritmo preciso, como buscando algo, alguien, tenazmente. El paso es veloz, su actitud alerta, inquisitiva.

A las siete de la mañana, más o menos, se viene a dormir. Y así todos los días. Me preguntaba si se sentía prisionero, angustiado o qué. Hoy me he dado cuenta que es sólo un oficio: él patrulla la casa contra fantasmas, malas vibraciones y extraterrestres.

De aquí en adelante le llamaré el patrullero de la noche, el vigilante del amanecer.

Jaime Sabines

Ilustración: Nancy Wolff

martes, 8 de marzo de 2011

Mujer trabajadora




Marina Abramovic

The Kitchen I - Homenaje a Santa Teresa (2009)

lunes, 7 de marzo de 2011

Medalla de oro

Guepardo

El nombre guepardo proviene del griego"gatopardos" y del latín medieval gattus pardus, con el significado de "gato leopardo"; también llamado chita (del hindi chiitaa, que, probablemente tiene su origen en el sánscrito chitraka, o "el de los topos").

Como espíritu animal, el guepardo (acinonyx jubatus), simboliza la rapidez, la perspicacia y la concentración. De todos los "grandes gatos", él es el más rápido, capaz de alcanzar velocidades de más de 100 km/h en tres segundos, (entre 95 y 115 km/h en carreras cortas de un máximo de 400 a 500 metros). Esta increíble muestra de aceleración hace del guepardo el animal terrestre más rápido del planeta. Su gran pecho acomoda un corazón que acelera rápidamente cuando hace falta. Su éxito como cazador depende de su velocidad y de su habilidad para acabar con su presa con un poderoso mordisco en la garganta.

Devorar su presa antes de que otros depredadores lleguen a la escena es esencial para el guepardo, dado que su excepcional esfuerzo físico suele dejarle exhausto y vulnerable. La opción de subir su presa un árbol, como hace su primo el leopardo, está más allá de sus fuerzas.

Gregory Colbert

Su forma de actuar es casi científica. Como un muelle que acumula energía para efectuar un único salto, el guepardo no se precipita durante la caza. Otros depredadores, como el león cuando está hambriento, desperdician energías corriendo sin mucho tino detrás de las presas. El guepardo, en cambio, espera. Y cuando finalmente empieza a correr, acierta en la mayoría de las ocasiones. Su efectividad se ha estimado en un 60%, frente a poco más del 25% que consigue el león. Claro que el guepardo pesa tres veces menos y corre el doble de rápido.

Tiene una vista privilegiada, que aprovecha para observar a sus víctimas desde la distancia, tumbado en un promontorio o subiéndose a un árbol. Es paciente y tranquilo; sabe escoger su presa y esperar el momento adecuado.

Gregory Colbert

El guepardo, único representante del género Acinonyx, es un miembro atípico de la familia de los félidos y no sólo por su velocidad . A diferencia del resto de los felinos, sus uñas no son retráctiles sino que le sirven para aumentar la tracción. Tampoco puede rugir como los otros grandes felinos (león, tigre, leopardo y jaguar), ya que carece de la estructura anatómica adecuada, en cambio emite un ruido muy parecido al de las aves. Es mucho menos agresivo que otros felinos grandes y puede ser domesticado.

Los egipcios antiguos comúnmente los conservaban como mascotas, y también eran domesticados y entrenados para cazar. Esta tradición llegó a los antiguos persas y luego a la India. A pesar de su tímida naturaleza, los cachorros de guepardo (que nacen sin manchas) han sido mascotas de la aristocracia en múltiples ocasiones. Hace más de 5000 años, los Sumerios eligieron esta bella y elegante criatura como mascota real, y Gengis Khan fue conocido por su afición a los guepardos.

Gregory Colbert

Una leyenda africana cuenta cómo el guepardo consiguió sus características manchas conocidas como "manchas de lágrima", ya que parecen derramarse desde sus ojos. La historia dice que, creyendo que sus cachorros habían sido robados por un cazador sin escrúpulos, la madre Manchas de lágrimaguepardo abandonó su caza para buscarlos. Mientras tanto, el cazador robó la presa que el guepardo había cazado con gran esfuerzo.

Tanto lloró el guepardo, que sus lágrimas hicieron manchas en su piel. Finalmente, la justicia prevaleció: los cachorros fueron recuperados y el cazador castigado. Las lágrimas del guepardo se convirtieron en un recordatorio de que las sagradas tradiciones de la caza deben prevalecer, convirtiendo al guepardo en un símbolo de honor y respeto.

Fotografías 1, 2 y 3: Gregory Colbert

Fuentes: Wikipedia, Tatuarte