miércoles, 22 de septiembre de 2010

Tres gatos y un paraguas

Carolina Farías

El detective Morrongo Carrillo investiga el difícil caso de un gato desmayado de un tomatazo en una noche de lluvia. Hay tres felinos sospechosos, pero sólo uno es culpable.

El primer gato era alto y flaco.
El segundo gato era bajo y gordo.
El tercer gato era mediano.
El cuarto gato estaba desmayado.


—¿Quién fue? —preguntó el comisario Bigotes.
—Yo no —dijo el primer gato.
—Yo tampoco —dijo el segundo gato.
—Ni yo —dijo el tercer gato.
El cuarto gato no dijo nada porque estaba desmayado.


El detective Morrongo Carrillo observó a los cuatro gatos, muy de cerca, con su lupa.
El primer gato tenía una oreja mojada.
El segundo gato también tenía una oreja mojada.
El tercer gato estaba seco en el lomo y tenía la cola y las dos orejas mojadas.
El cuarto gato estaba hecho sopa.


—¿Qué hacían en esa esquina? —preguntó el comisario Bigotes.
—Esperábamos un taxi —dijo el primer gato.
—Llovía muchísimo —dijo el segundo gato.
—¡Cómo llovía!—dijo el tercer gato.
El cuarto gato seguía desmayado.


—¿Quién vio lo que pasó? —preguntó el detective Morrongo Carrillo.
—Yo miraba hacia el Norte —dijo el primer gato.
—Yo miraba hacia el Sur —dijo el segundo gato.
—Yo miraba hacia el Este —dijo el tercer gato.
El cuarto gato estaba desmayado. Se desmayó mirando al Oeste.


—¿Quién sostenía el paraguas? —preguntó el comisario Bigotes.
—Yo no —dijo el primer gato.
—Yo soy bajo y gordo —dijo el segundo gato.
—El paraguas era chico —dijo el tercer gato.
El cuarto gato no dijo nada. Tenía un tomatazo en la
cabeza.


—¿Quién oyó el tomatazo? —preguntó el detective Morrongo Carrillo.
—Yo soy un poco sordo —dijo el primer gato.
—Era una noche ruidosa —dijo el segundo gato.
—¡Llovía y tronaba! —dijo el tercer gato.
El cuarto gato no podía oír nada porque estaba
desmayado de un tomatazo.


—¿Cuándo se desmayó el desmayado? —preguntó el comisario Bigotes.
—Cuando acabó de llover —dijo el primer gato.
—Cuando acabó de tronar —dijo el segundo gato.
—Cuando acabó de desmayarse —dijo el tercer gato.


—¿Qué hicieron entonces? —preguntó el detective Morrongo Carrillo.
—Yo maullé pidiendo socorro —dijo el primer gato.
—Yo me puse a ronronear del susto —dijo el segundo gato.
—Yo quise hablar con el desmayado —dijo el tercer gato.
Pero el desmayado no le dirigió la palabra.


—Entonces, ¿qué hicieron? —preguntó el comisario Bigotes.
—Yo exclamé: ¡qué mala suerte! —dijo el primer gato.
—Yo cerré el paraguas —dijo el segundo gato.
—Yo lo traje corriendo hasta aquí —dijo el tercer gato.
El desmayado estaba desmayado.


—¡Usted lo desmayó de un tomatazo! —acusó el detective Morrongo Carrillo.
—¿Yo, señor? —preguntó el primer gato.
—No, señor —dijo el detective Morrongo Carrillo.
—¿Yo, señor? —preguntó el segundo gato.
—No, señor —dijo el detective Morrongo Carrillo.
—¿Yo, señor? —preguntó el tercer gato.
—¡Sí, señor! —dijo el detective Morrongo Carrillo.


—Uno de ustedes arrojó el tomatazo y el otro se desmayó. Los otros dos gatos no vieron nada —dijo el detective Morrongo Carrillo—. Uno miraba al Norte, otro al Este, otro al Sur y el tomateado se desmayó mirando al Oeste. Estaban esperando un taxi, la noche era tormentosa. El paraguas era chico y ustedes eran cuatro.

Mientras esperaban, la lluvia les mojó las orejas: a uno la izquierda y a otro la derecha. El gato que miraba al Norte y el que miraba al Sur no tenían que darse vuelta para arrojarle un tomatazo al gato que miraba al Oeste. Les bastaba mover el brazo izquierdo o el derecho a un costado.

El gato que miraba al Este, en cambio, tenía que darse vuelta del todo, porque estaba de espaldas a la víctima. Pero al darse vuelta, se le mojó la cola. Ahora tiene el lomo seco mientras que las dos orejas y la cola están empapadas.

Como el paraguas era chico, a los otros dos gatos se les mojó solamente la oreja que les
quedaba afuera y no se mojaron las colas, porque cuando se dieron vuelta para mirar al desmayado, ¡justo había dejado de llover!

Y el gato desmayado está totalmente mojado porque cuando le zamparon el tomatazo, se desparramó sobre la calle encharcada.

Reporte final:

«El bandido usó un tomate maduro y de grueso calibre, un tomatón, como quien dice, un tomatote enorme de esos que usan algunos para jugar al fútbol cuando no tienen pelota y que algunas señoras llevan en sus carteras por si les da hambre o se tienen que defender de algún asaltante.

La explosión del tomate contra la cabeza de la víctima se confundió con los truenos (esa noche hubo una tormenta eléctrica que mamita querida). Pero el tercer gato tuvo que localizar en la oscuridad el mejor lugar donde estrellar semejante tomatón: la nuca de su víctima. Pero, como todos saben, los gatos son muy hábiles aun en la oscuridad. En esos pocos segundos, el fuerte chaparrón le empapó la cola. Él es el único gato que tiene la cola mojada. Por lo tanto ¡es el culpable!
»


El primer gato se fue a dormir a su casa. El segundo tiró el paraguas a la basura. Al tercer gato no lo dejaron ir hasta que le pidiera perdón de todo corazón al gato desmayado. Tuvo que esperar un montón, porque el cuarto gato siguió un buen rato desmayado, con un tomatazo en la cabeza.

Tres gatos y un paraguas, texto de Alejandra Erbiti, basado en un relato de Rodolfo Walsh

Ilustraciones: Carolina Farías

Fuente: La Biblio de los Chicos

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